El roce de sus labios contra mi piel desprendía pequeñas descargas eléctricas que se iban extendiendo por todo mi cuerpo, exinguiéndose poco a poco.
Su aliento susurraba en mi oído fragmentos de poemas aún por esribrir.
Acariciaba la suavidad de su cuerpo desnudo y relajado mientras dejaba a mis pensamientos vagar libremente.
Sus ojos, incluso cerrados, seguían diciendo que me amaban.
Como si de un metrónomo se tratara, nuestras respiraciones siguen a tempo el compás del momento.
Cosquillas con el pelo y con las uñas, una media sonrisa y una mueca de ternura.
- Te quiero, dice un beso.
- Te amo, contesta un abrazo.
Y entonces nos fundimos en un sueño eterno que perdura hasta que la ilusión se desvanece y con ella el momento.
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