domingo, 13 de noviembre de 2011

Par 21

   Intenté seguir caminando mientras los pequeños ojos de aquel bebé con Síndrome de Down me observaban. Nunca había visto un bebé con esa enfermedad. Antes de continuar decidí pararme a observar un momento a los padres: el trato no era diferente del que podría recibir cualquier otro bebé normal. "Cuanto amor" recuerdo que pensé, "es una maravilla".
   Antes de continuar andando un fuerte golpe en mi nariz contra una farola me recordó que había estado en Vavia durante unos segundos. Con el aroma a sangre y el orgullo por los suelos continué mi paseo rutinario por aquellos barrios pobres y humildes de mi memoria.
   Es un lugar casi deshabitado. Tan flaco que llega a ser enfermizo. Pequeño, insignificante; pero infinitamente sabio. Este lugar solo se hace visible en momentos de debilidad. El subconsciente siempre tiende a protegerse, pero si por alguna causa interna se derriban las barreras que lo cubren es mucho más fácil acceder a él. Mi subconsciente sabe que es lo que de verdad quiero porque su único objetivo es hacerme feliz. Por eso llena mis sueños con la presencia de ella, mi bela. Cada vez adopta una forma distinta pero en aquel momento tomó su forma habitual. Me sentí abandonado y solo. Echo de menos, no sé el que pero lo echo mucho de menos.
   "Necesitas un amigo, cariño, amor" me dije. "Subconsciente, sé que me quieres hacer feliz pero tus estrategias están surtiendo el efecto contrario; así que por favor, para".


   Cuando al fin llegué a mi destino allí no había nada. Me encontraba ante una pradera de hierba blanca en la que corría una brisa suave, meciendo las pequeñas briznas de césped. Al no encontrar el sitio de dónde vine me dispuse a andar. Me percaté de que parecía estar en eso que algunos llaman "limbo". Entonces, a lo lejos divisé una pequeña forma borrosa que se iba acercando cada vez más y más a mí ¿O era yo a ella? Ni idea. Poco a poco esa sombra se convirtió en un bebé gateando, un bebé con Síndrome de Down. Cuando nos encontramos el se arrimó a mi pierna y me tiró del pantalón, mirándome con esos pequeños ojos grises. Parecía que quería que lo cogiera y lo levantara del suelo frío. Sin pensarlo lo cogí en brazos y continué mi camino.
   Al cabo de un rato el bebé estaba dormido. Notaba su respiración alocada y su pulso acelerado contra mi pecho. También sentía el calor que desprendía su cuerpo y su olor. Eso me hizo sentir confortable, relajado; y conforme estas sensaciones iban aumentando de intensidad el paisaje de mi al rededor iba cobrando color. Paulatinamente el césped se hizo verde, apareció el cielo y el sol y de repente ya no estaba en aquel lugar blanco y solitario. El bebé ya no estaba en mis brazos, pero yo me sentía a gusto.
   Saludé a mi viejo amigo de toda la vida y nos sentamos en el césped a hablar, como siempre.
   Y fue entonces cuando me percaté de que el bebé había encontrado a los padres correctos.

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